Todo el mundo está pendiente del Superclásico del fútbol nacional. Inclusive la política metió la cola, como suele ocurrir en estos megaeventos deportivos.
A eso se suma el fanatismo del presidente Mauricio Macri por Boca Juniors. El jefe de Estado saltó a la política desde la presidencia del club de la Ribera.
Primero, con ese anhelo prematuro de querer que haya público visitante tanto en ambas finales. Una expresión de deseo anacrónica en una realidad en la que no están dadas las condiciones para un cruce de hinchadas.
Sin embargo, Macri lo puso sobre la mesa aunque al poco tiempo tuvo que dar marcha atrás ya que ni siquiera su amigo Daniel Angelici -presidente de Boca Juniors- estaba dispuesto a asumir ese riesgo.
A lo largo de la semana, se pudo observar un presidente que habló, opinó e invitó a la gente a ver la final entre los clubes grandes de Argentina. El mandatario está jugando su propio partido.
Así como en otros tiempos se hablaba de pan y circo cuando los gobernantes intentaban entretener a la gente, el gobierno de Cambiemos está llevando a cabo una consigna similar.
Con la superfinal, el oficialismo encuentra una manera de desviar la atención de los problemas económicos, políticos y sociales que atraviesa la Argentina. No obstante, este plan presenta un riesgo fundamental.
Macri es muy fanático de Boca. ¿Qué pasaría ante un eventual triunfo del equipo xeneize? ¿Le puede jugar en contra al presidente que River Plate pierda la final? ¿Puede llegar a haber algún tipo de castigo en el humor social de parte de los hinchas del club de Núñez? Un enigma que se plantea en la final de la Libertadores.
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