En los últimos años se puso de moda, ya vemos que mal, mirar al modelo chileno. De tercos, no más, porque dan ganas, más bien, de ser uruguayo.
El domingo hubo elecciones presidenciales del otro lado del charco. Y salieron peleadas, aunque es cuestión de horas que se defina, se presume que en favor del opositor Luis Lacalle Pou, heredero como Macri pero de una familia de alto voltaje político. Lo único en común con nuestro escenario electoral es que también en Uruguay las encuestas vendieron pescado podrido. Todo lo demás, es para envidiar
En Uruguay hay dos frentes (el Amplio y el multicolor) que se pelean por el poder pero sin arrastrar a su pueblo detrás de ellos. Ninguno de los dos se proclama lo opuesto absoluto al otro. Ninguno de los dos se define fundacional ni viene a salvar a la república ni representa a la totalidad del pueblo. Son frentes, uno más hacia la izquierda y el otro más hacia la derecha (si valen todavía esas carátulas), pero los dos con tendencia hacia el centro. Los sectores más reaccionarios de cada bando son minorías y no los que dirigen la batuta. No mandan ni Pando ni Grabois, pongamos.
Lacalle Pou, que falló en su intento presidencial hace cinco años, vuelve ahora con más fuerza y oportunidades. Pero hasta el ministro de Economía del actual gobierno ha dicho que si gana el partido rival “no habrá ningún trauma”, porque el país tiene las cuentas en orden. Se discute sobre impuestos y gastos, pero no hay default, ni cepo. El dólar, escuchen bien, se despertó el lunes post electoral igual de manso que el viernes de la víspera. Nada cambia demasiado.
El país, dicen en Uruguay, está partido. La mitad casi exacta de los celestes bota a los blancos y la otra a los multicolores. Pero esa fractura es de gustos, no asuntos de guerra. En Uruguay más que grieta hay grises. Casi no hay marchas anti el otro. Hasta las redes sociales son más o menos cordiales.
En las últimas semanas hubo debate televisivo y se discutieron asuntos de salud, de seguridad, se debatió la supuesta fama de chico bien de Lacalle y el supuesto olor a viejo del Frente Amplio. Pero nadie enarbola la eliminación de su rival; apenas ganarle la pulseada. Nadie es dueño de la historia; sino que la transita.
Por supuesto, en Uruguay nadie de la calle conoce los nombres de los jueces. La justicia es simplemente legítima y los dirigentes no acuñan condenas por afanarse la casa de la moneda ni por crear testaferros dueños de la mitad de Maldonado. Hay pocos conventos y, dios nuestro, no conocen de bolsones ni fusiles.
La transición, ya dijeron todos, será normal, como siempre. Salientes y entrantes van a dialogar. Habrá manos abiertas para el saludo educado. El traje de Presidente simplemente cambiará de usuario. Ni siquiera de eso podemos jactarnos nosotros.
¿No dan ganas de ser uruguayo? El paisito es mucho más que un cacho de campo al lado del mar y hace tiempo que no vive de añorar.
Sí, por estos días dan ganas de ser uruguayo.
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