Estamos todos muy sensibles. Nos emocionan los aplausos de las nueve la noche en los balcones , el esfuerzo de una enfermera viajando en colectivo rumbo a su hospital, la amable orden de un policía con barbijo. Nos dicen y decimos que no hace falta ni cruzar los Andes ni tirarle aceite caliente al enemigo; lavarse las manos, aislarle, de eso se trata.
Ahora disculpen la franqueza: eso no es suficiente.
Sabemos que el coronavirus se está midiendo con demasiada lentitud.
Sabemos que el sistema de salud tal vez no resista una crisis como la que se avecina .
Sabemos que el conurbano bonaerense y otros sectores marginales penden de un milagro .
Sabemos que la economía no resiste más .
Hay que ser cautos, sí; pero no necios.
“Esto todavía no empezó”, dice Sergio Berni, el ministro de seguridad de la catástrofe en Buenos Aires. Berni se armó un bunker en Puente Doce, en La Matanza , a la espera de la llegada de un desborde que ojalá no ocurra. Cuenta con un ejército de policías que no vienen de otro planeta sino del propio escenario al que deben cuidar: casi la mitad de esos policías viven en villas miseria, donde el aislamiento es utópico. ¿Qué pasará cuando el virus toque esos barrios? El viernes pasado tuvimos una muestra de lo que no debe ocurrir. Miles de vecinos, muchos de ellos viejitos, se agolparon para retirar unos pesos de los cajeros automáticos, por una mala organización o de la Anses o de los intendentes o de los bancos.
Es admirable lo de los médicos. Nos enseñan a lavarnos las manos, a soportar la angustia del encierro, a acompañar a nuestros hijos desde la cercanía o a nuestros abuelos desde la distancia. Pero la medicina se dedica a curar o a cuidarnos, no a gobernar. Lo que hace falta, también o sobre todo, es acción política. Medidas, decisiones, resolución .
“La política se ha tomado en serio la cuarentena”, dice Miguel Angel Pichetto . Como muchas veces, Pichetto es el que rompe el cerco de la corrección. Pero hay que escucharlo. Pichetto recuerda que el Congreso funcionó incluso durante los terribles días de fines del 2001, cuando el que se vayan todos y la represión y el caos. ¿Por qué no trabaja ahora? Muchas de las soluciones a estos días podrían salir de ahí. Nuevas reglas en la ley de alquileres, cambios impositivos para tiempos de crisis, subsidios especiales para comercios. El coronavirus supone encierro. Pero están trabajando los médicos, los policías, los cajeros de supermercados, los recolectores de basura, los periodistas (perdón por la autorreferencia). ¿No es tiempo de que la política trabaje más que nunca? Vale para diputados y senadores, también para vicepresidentes y expresidentes (Cristina y Macri). O para los dirigentes barriales que el viernes hacían falta en las colas atiborradas de Morón, de La Matanza, de Florencio Varela. No se sale de esta crisis solo con los responsables de la gestión pública. No dejen solos a Alberto, Larreta o Kicillof.
Otros en ausencia con aviso son los jueces. En la ciudad de Buenos Aires, el juez federal Luis Rodríguez, de turno, debió atender 2002 detenciones preventivas por violar las normas de la cuarenta, mientras sus colegas tomaban mate en la casa. Se entiende el aislamiento de empleados en general, pero ¿los jueces no deberían estar trabajando?
Políticos, jueces, empresarios, sindicalistas, líderes sociales. Muchos grandes protagonistas de la vida pública se han tomado demasiado en serio la cuarentena. No porque no deban cuidarse, sino porque se espera más: hacen falta ideas, proyectos, impulso.
Todos sabemos que el país está en crisis y que los fondos no alcanzan. No se pueden inyectar miles de millones de euros en la economía, como hacen los países de Europa. Pero justamente por eso hace falta algo más, algo urgente. No puede ser que la política de mayor sustancia sea el lavado de manos o un teletón para recaudar fondos solidarios.
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