La primera sensación es aterradora, pero también engañosa. Un pequeño emprendedor del conurbano busca quince trabajadores para un local de hamburguesas y hace una convocatoria a través de Facebook. El aviso recibe 250.000 vistas y en la puerta del local se aparecen unas 1500 personas, que durante tres días forman filas de dos cuadras para intentar acceder a un trabajo casi imposible. ¿Es esta la postal de la Argentina de la crisis? Sí, pero no solo eso.
Los que están allí son jóvenes. La mayoría tiene entre 20 y 30 años. Se han puesto la mejor ropa que tienen y han llegado al local de Wilde desde la zona sur del gran Buenos Aires, pero también desde el Oeste y el Norte. Algunos han viajado durante horas y lo volverán a hacer de regreso a casa. Muchos llevan sus títulos del secundario completo, otros sus antecedentes laborales, acaso excesivos para el puesto que pretenden: meseras, lavacopas, ayudantes de cocina de un bar al paso.
A primera vista la imagen es un mal de época. Esos jóvenes forman parte de la casi la mitad de bonaerenses que viven en la pobreza y del gigantesco universo de desocupados. La mayoría ha perdido el empleo por culpa de una cuarentena extremadamente larga. Antes trabajaban en otros bares, en locales de eventos, cocinando para oficinas o en áreas de mantenimiento. Los cierres compulsivos los condenaron a la nada. Durante más de medio año.
En los últimos años se han visto colas similares en Tucumán, en Rafaela, en Boulogne, en Martín Coronado. Aquí, en Wilde, mantienen distancia social y usan barbijos que disimularán la angustia de no haber conseguido lo que necesitan. De todos ellos, 1485 se volverán a sus casas sin haber conseguido lo que buscaban.
La imagen, sin embargo, también alienta la esperanza. Porque esos jóvenes que vemos no la han perdido. Esperan durante horas para un puesto que pocos van a conseguir. Pero igual buscan. Contra la opinión sostenida de muchos dirigentes, ellos no se resignan a los planes de asistencia ni a la solidaridad del Estado. Tampoco desacreditan el mérito. Quieren trabajar. Quieren competir por lo que desean. Quieren mostrar su voluntad y capacidad. Ellos conviven con un discurso que los subestima, que los cree rendidos y bobos, pero igual van por lo que quieren, vuelve a ir y volverán a hacerlo. Son los argentinos que empujan para que esto salga adelante. Para todos y para ellos. Trabajando. Intentándolo una y otra vez. Cuantas veces haga falta.
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