Tato Young, diario íntimo de un coqueteo con la muerte

miércoles 12 de febrero de 2025.
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Cuando despertó, la Argentina todavía seguía ahí. También seguían su ritmo las noticias sobre el riesgo país, sobre la caída del consumo, el contado con liqui, los divorcios del poder, las cloacas de la política y todos aquellos tópicos que lo ocupan desde hace décadas. El folclore era idéntico, pero Gerardo “Tato” Young ya no era el mismo.

“Vengan a buscarme, me estoy muriendo”. En un umbral de malestar que nunca había experimentado y con el hilo de voluntad que le quedaba, el 19 de septiembre del año pasado el periodista lanzó esa frase por teléfono al sector de urgencias de su prepaga y fundió pantalla.

La telefonista se movió con rapidez, envió una ambulancia y el diagnóstico conmocionó a los oyentes de Radio Mitre: un ACV que requirió una operación de urgencia. Lo siguiente fue “un viaje increíble” de casi dos meses que Tato cuenta milimétricamente por primera vez.

Treinta y seis días pasaron desde aquel día maldito hasta que abrió los ojos intentando entender qué había estallado cabeza adentro. La vida se puso en pausa. Una internación, un traslado, dos intervenciones, una rehabilitación. Mientras, la mente divagaba en un estado de ensoñación que Tato piensa plasmar en un libro.

La última foto personal subida a su cuenta de Instagram cumplió cinco meses. Fue su última nieve de primavera, una postal patagónica que pudo haber coronado 52 años de vida. En la imagen saluda exultante a cámara, abrazado a Manuel, su hijo, a quien acompañó de viaje de egresados a Bariloche. No imaginaba que en esa celebración de cierre de ciclo, él también estaba despidiéndose de una versión anterior, entrando a esa “iluminación” que se sienta una vez rozada la muerte.

“Volvía de estar nueve días a 500 kilómetros por hora”, detalla en una sala de la calle Mansilla, horas antes del comienzo de su programa radial, Volviendo a casa. “Dormía tres horas por día, hacía todas las actividades con la responsabilidad que implica el cuidado de 90 chicos. Volví muy cansado, afiebrado, como en un estado gripal, tenía que entregar un libro en diez días. Mucho estrés, mucha locura. Hacía varios días me dolía la cabeza”.

-¿Aquel día realmente sentías que te estabas muriendo?

-Sí. Me estallaba la cabeza. Por suerte del dolor ya no me acuerdo, pero no tenía nada que ver con un dolor de cabeza normal. Es otra cosa. Se había roto un “caño” en mi cerebro y se estaba inundando de sangre. Todavía no sé cómo logré llamar a Urgencias ni cómo tenía agendado el número en el celular.

Tato Young y su hijo en Bariloche, días antes de la descompensación.

-¿Estabas solo en tu casa?

-Yo había decidido hacer algo que jamás hago, faltar al programa de la tarde, Encendidos en la tarde. Serían dos o tres de la tarde y pensé que era a la noche. Llegó de la facultad mi hijo Camilo, de 19 años, que estudia Psicología, y ni entró a mi cuarto. Después del llamado a la ambulancia yo me volví a dormir. Caí. No sé si me desmayé, pero lo bueno es que increíblemente logré llamar. Vivo cerca del sanatorio donde me atendieron, La Trinidad y una médica muy joven me vio entrar y se dio cuenta enseguida lo que me estaba pasando.

-¿Los 36 días fueron de “sueño”?

-En realidad no estaba totalmente inconsciente, pero yo no estaba ahí. En los primeros días me durmieron para la operación, pero después hablaba con todo el mundo.

-Lanata en la última gran internación de la que salió repuesto hablaba en la entrevista de un viaje extraño. “No sé dónde estuve”, decía.

-Yo sí sé dónde estuve.

-¿Dónde? ¿La sensación era onírica, cómo lo percibías?

-Era más que un sueño. Yo estaba ahí, en los lugares, era muy impactante. El cerebro es alucinante y para protegerte te lleva a pasear.

-¿Y en qué paisaje estabas?

-Estuve en el espacio, viajando en una nave espacial, estuve con bucaneros en el siglo diecinueve, estuve en Fórmula Uno. No llegué a correr con Colapinto, pero estaba en la habitación de al lado esperando que me den el auto (se ríe). Estuve en muchos lugares, veía la muerte de manera permanente.

-¿Llegaste a verte como desdoblado, desde arriba, fuera de tu cuerpo, como esas experiencias que muchos cuentan?

-Vi mi corazón latiendo. Vi cosas. No quiero perder eso y estoy tomando registro, voy recordando, porque no quiero perder esa experiencia. Ojalá que no me vuelva a ocurrir, pero me ocurrió. Entonces quiero poder contar todo lo que me pasó. Creo que algún mensaje tiene que quedar de todo esto. Era estar todo el tiempo en situaciones de no sufrimiento, sin embargo la muerte estaba muy presente. Por eso digo que de alguna manera le perdí el miedo a la muerte. No al dolor.

Volver a ver la luz… Tato y una historia conmovedora. (Foto: Martín Bonetto)

-¿Escuchas las voces de tus hijos?

-No, yo no estaba ahí. Ellos me hablaban, yo les hablaba. Ocurrieron dos situaciones. Una en la vigilia o la vida normal, donde yo interactuaba con mis hijos en el sanatorio, pero yo estaba en otro lado, el cerebro me llevó a pasear.

-Una línea fronteriza, ¿pero sentiste haber pasado al “más allá”?

-¿Qué es el más allá? Me estoy haciendo todas esas preguntas, por supuesto. No es que estuve muerto y volví. Estuve coqueteando con la muerte. Era una posibilidad, estaba ahí presente todo el tiempo y yo la veía con una chance. Se presentó de distintas formas con distintos mensajes que me transmitía el cerebro, seguramente el cerebro estaba viendo que se apagaba la luz.

-¿Y vos te resistías o estabas entregado?

-Evidentemente yo decidí no morirme. De hecho, tengo registro de tomar esa decisión en determinado momento de la internación. No sé si es así o si me lo imagino. Pero que estuve coqueteando con la muerte, no tengo dudas. Tengo muchas imágenes, pero no haría la gran Víctor Sueiro de que volví de la muerte…

-No viste luz…

-Bueno, vi cosas, pero supongo que son todas las cosas que ven los que enfermos que están en situaciones críticas. Yo como soy periodista, tomo nota de todo eso.

Dos operaciones y el después

No hay día que la fiaca le gane ahora a la prescripción de pisar el gimnasio. La actividad física se volvió desde hace unas semanas el rito saludable de Young. “Tengo que terminar de recuperar la memoriaSi bien ya estoy casi de alta, hay un trabajo por delante. Soy muy buen paciente, aunque un poco cabrón”, admite.

Fumador con intermitencias desde los 20 años, Tato tiene en claro el factor genético: su tío materno Ignacio murió por un ACV a los 45. Hijos y sobrinos se someterán ahora a estudios para poder anticipar alguna posibilidad hereditaria de riesgo.

En Mitre, es los estudios de la calle Mansilla, donde Tato Young hace “Volviendo a casa” (Foto Martín Bonetto)

La primera montaña rusa emocional que vivió una vez de alta fue el regreso a la cancha de Racing y el festejo de la Copa Sudamericana. Autorizado por el médico a un evento altamente estresante, Tato coincidía con los profesionales: “Eso no me iba a matar”, larga la carcajada. “Estuve como flotando en el espacio. Fue hermoso”.

¿Por qué algunos hablan de ACV y otros de aneurisma en el caso de Tato? ¿En qué se diferencian? Para ilustrarnos está el doctor Daniel López Rosetti, amigo de Young, compañero de radio y quien siguió con preocupación y angustia el caso. “Él tuvo un accidente cerebro vascular, en inglés stroke. Es una palabra discutible”, detalla didáctico el especialista en clínica médica y cardiólogo egresado de la UBA.

El ACV se divide en dos tipos, isquémico y hemorrágico. El isquémico es del 85 o 90% de los casos y el hemorrágico,10 y 15 %. Si la arteria en lugar de taparse se rompe y sangra, es hemorrágico. El término más popular es derrame cerebral. El accidente cerebro hemorrágico de Tato fue producido por la ruptura de un aneurisma cerebral, que es la dilatación de una arteria, porque al estar dilatada se rompe una pared”.

-¿En qué momento sentís de esta salgo, cuándo empieza la mejora?

-Estoy dormido o semi dormido 36 días. Después, me voy despertando muy de a poco, luego me mudan al ALCLA, un Instituto de rehabilitación en Belgrano donde estuve otros veintipico de días y ahí empiezo como a volver a mí, a tomar conciencia de dónde estoy y lo que me pasó. Conviví con otros pacientes, muchos de ellos seguirán allí internados o probablemente no tengan la suerte que tuve de volver.

-¿Te sentaste a registrar las sensaciones con la idea de escribir un libro, el séptimo? Sería algo diferente a lo que tenés acostumbrado al lector…

-Sí, de hecho estaba terminando un libro sobre el aniversario de la muerte de Nisman, pero ahora siento que tengo que aprovechar todo esto para contar otras cosas, reinventarme y hacer algo que sirva a otros, que abra la puerta. Me parece, por ejemplo, muy importante decir a los que tuvieron algún familiar o amigo que atravesó una situación así y no volvió que durante ese proceso esa persona no sufre. Se los dije a mis hijos: “Miren que si me moría, no estaba sufriendo”. Por eso para mí lo más importante es insistir en eso de evitar el dolor. Creo que hay que hablar sobre eso, sobre la gente que está a la espera de morirse durante años. Tenemos que animarnos a hablar.

-¿Te referís a eutanasia específicamente?

-Sí. Hay muchos cuadros que a mí me tocó ver. Hay que preguntarse si prolongar la vida a qué costo, animarse a discutir de frente y preocuparse por sufrir menos.

Young en su última etapa como periodista de Clarín. (Archivo Clarín).

-¿Lo vivido te despertó algún costado espiritual?

-No diría espiritual porque no tengo una vida con una religiosidad marcada, pero obviamente que me hice doscientas millones de preguntas. Muchos dicen “te salvaste porque rezamos”. Puede ser. “Dios quiso”, puede ser. “Los médicos son unos genios”. Nadie tiene la respuesta exacta y ahora me animo a creer más. Estoy abierto a que la realidad no es lo que vemos todos los días, hay algo mucho más profundo y estoy muy impresionado con la capacidad que tiene nuestro cerebro de viajar o de inventar otros mundos. Fascinante.

El caso Cabezas, el quiebre de su vida profesional

Segundo de cinco hermanos, amante de la lectura desde niño, el hombre de apellido escocés creció estimulado en un hábitat familiar de estantes con olor a tinta, por lo que apenas terminado el secundario no hubo titubeos en cuanto a la vocación.

Ex alumno de la escuela de periodismo TEA, su debut en la gráfica se dio en Diario Popular, medio en el que firmaba notas sobre temas sindicales. Antes del atentado a la AMIA ingresó a Clarín y se abocó a la investigación del atentado.

Las páginas de policiales del archivo de Clarín están plagadas de esas primeras notas que firmó en su estreno en el diario, entre fines de 1993 y 1994: “Quiso robar un banco con un control remoto y lo condenaron por torpe”. “Estafaron a 700 familias con el cuento de una foto color gratis”. “Asesinó a hachazos a su tía, el único familiar que le quedaba vivo y confesó otros cuatro crímenes”. “Fueron a buscar agua para el mate y les robaron 360 mil pesos”. “Murió en un colectivo y lo descubrieron 12 horas después”.

El interés político y judicial surgió con el caso Cabezas. Horas después del asesinato del fotógrafo, el 25 de febrero de 1997, recibió un llamado desde la redacción para viajar de urgencia a Pinamar. “Volví al año. Estuve como 200 días entre Dolores y Pinamar, en esas coberturas que ya no existen. Una experiencia extraordinaria, que cambió mi carrera”.

Hasta el 2012, fue Editor del equipo de investigación de Clarín. Obtuvo distinciones como el Premio Rey de España por su participación en un trabajo multimedia sobre los juicios contra los militares..

En la Argentina ocurrió de todo mientras buceaba en una “realidad paralela”, entre desvaríos y confusiones propios de su cuadro: el derrumbe fatal del hotel Dubrovnik de Villa Gesell, la marcha universitaria masiva a favor de la educación pública, la pobreza que llegó al 52,9%, el despido de la canciller Diana Mondino, el índice más alto en 20 años, el eclipse solar con la formación de un “anillo de fuego” y una embestida del Papa Francisco contra Milei (“en vez de justicia social, pagó gas pimienta”)…

Viejo conocido de Milei, Young había compartido el living de Animales sueltos, cuando el licenciado en economía no era a los ojos del televidente ni un proyecto posible de gobernante. “Recibí miles de mensajes, muchos a los todavía no pude contestar, pero no recibí mensaje del Presidente“, aclara.

-¿Qué te pasó a nivel periodístico cuando empezaste a reconectar con las noticias? ¿Qué te sorprendió?

-Cuando yo me duermo, Milei todavía estaba vivo como tambaleándose en el aire. La economía todavía era un peligro y cuando me desperté, había cierta armonía. Después son los mismos líos siempre. Lo demás me parece viejo: las discusiones ridículas por las PASO, que no le importan a nadie…

Young, recuperado de su ACV. (Foto: Martín Bonetto).

La primera aparición de Gerardo ante un micrófono fue en una circunstancia triste, el velatorio de Jorge Lanata. “Maestro de todos nosotros, guía, inspiración todos estos años”, se quebró en la Casa de la Cultura de la Ciudad de Buenos Aires, entre el desfile de oyentes. “Todos en algún momento nos peleamos con ‘El Gordo’, pero lo admiramos mucho. Ponía el corazón, era un animal que veía mejor que los demás”.

-Con tanto cimbronazo: ¿Cambió ahora tu relación con el presente?

-Por ahí, si me enoja alguna tontería, me digo: “Cabrón, acordate de dónde estabas hace tres meses”. Es un ejercicio que hago permanentemente para no encabronarme demasiado, para no centrarme por pavadas. Pero bueno, no es fácil. No es que uno sale de una internación y se convierte en otra persona.

-¿Cómo fueron los últimos cruces con Lanata? ¿Te acordás de la última vez que hablaron?

-No me acuerdo. Pero nunca hablé de la muerte con él. ¡De haber sabido lo que me iba a pasar! Porque él sí que estuvo coqueteando con la muerte tantas veces. Un experto. Para mí fue el primer coqueteo. Va a haber otra vez y entonces, sí, la próxima palo y a la bolsa.


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